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La idea principal del blog es mostrar información sobre música tropical, resaltando lo mas significativo dentro del genero SALSA, para compartirlo con aquellos melómanos amantes de la buena música

martes, 28 de octubre de 2008

La salsa, el cine y una historia por contar...

Amigos, les dejo a continuación un excelente artículo publicado originalmente en tres partes, sobre la salsa y el cine, escrito por el periodista Emir García Meralla, experto en música cubana. Comenta mucho sobre la pelicula "El Cantante".


La salsa, el cine y una historia por contar. La aproximación (I parte)

Desde hace algunos meses el filme “El cantante”, basado en la vida del músico puertorriqueño Héctor Lavoe Pérez; recorre diversos circuitos de exhibición en algunas ciudades de América Latina. La cinta protagonizada por el cantante Marc Anthony intenta revivir y contar capítulos de una historia que ha definido el sonido musical más importante generado en el Mediterráneo caribeño en los últimos años, la historia de la música Salsa.
Por cerca de dos horas los productores del filme intentan acercarnos a la personalidad contradictoria de quien fue considerado el “hijo pródigo de Portorro” y que al decir de todos los entendidos fue la voz más alta del movimiento musical surgido en las calles del barrio latino de la ciudad de Nueva York a comienzos de los años sesenta.
Dirigida por León Inchaso, “El cantante” no es un filme hecho o pensado para quienes aman un cine reflexivo, o un cine de autor, no; este es un filme hecho para la gente que ha vivido y vive en los arrabales y la periferia de todas las ciudades del arco caribeño y latinoamericano, es también la historia de parte de los inmigrantes que incidieron en el crisol cultural que es desde comienzos del siglo XX la ciudad de Nueva York.
Quienes se decidan a disfrutarla deben estar preparados para no participar de grandes despliegues histriónicos; tampoco hay derroche de efectos especiales que nos obliguen a afincarnos a nuestra luneta; esta no es una película pensada para las personas que quieren, aman y disfrutan el sueño americano de la clase media. Los protagonista esenciales de esta historia no viven el barrios suburbanos, no tienen un perro labrador obediente, ni una familia modelo. Héctor y Puchi, es decir Marc Anthony y Jennifer López, quien es a su vez productora del filme y asume el papel de la esposa; no son el ejemplo que suelen mostrar las grandes producciones de Hollywood, ni siquiera se acercan a muchos de los ejemplos que nos propone el cine de bajo presupuesto. Los protagonistas son latinos y sus personajes también, para mayor encanto y orgullo puertorriqueños y tienen un fuerte origen marginal. Son perdedores por naturaleza.
¿Quién es Héctor Pérez, al que promotores, seguidores y músicos dieron el calificativo de “Lavoe”; qué historia se nos pretende contar; quienes son todos aquellos que rodean a este personaje en toda su desdicha. Qué música representa y a que segmento de hombres y mujeres representó? Y por último, ¿por qué este filme? El sentido común aconseja comenzar por el final.
“El cantante”, como producción cinematográfica, no es un hecho aislado, viene a formar parte de la historia conque se pretende contar desde hace algunos años la leyenda de la música del Caribe y de las diversas comunidades de inmigrantes latinos asentadas en los Estados Unidos, incluida la comunidad mexicana. El filme intenta por momentos seguir la ruta trazada en los años noventa por el filme “Selena”, inspirado en la vida de la cantante chicana del mismo nombre y que de alguna manera lanzo la carrera actoral y musical de Jennifer López, quien interpreto el rol de la cantante.
Pero si Selena fue un acontecimiento en la comunidad chicana y entre los seguidores de la llamada “música grupera” o tex mex; “El cantante” dista mucho de acercársele en cuanto a difusión y trascendencia, todo por una razón: Héctor Lavoe no fue nunca un mito, y ni siquiera fue aceptado por la comunidad chicana, que de por si siempre ha tomado distancia abierta de la música salsa.
Tras la “selenomanía” vino la furia Cachao, impulsada por el autor de origen cubano Andy García, quien relanzó al legendario contrabajista cubano de igual nombre residente por años en la ciudad de Miami y a quien los cultores de la música salsa consideraron todo un precursor.
Sin embargo el antecedente directo de El cantante es el filme “Los reyes del mambo cantan canciones de amor”, inspirado en la novela del mismo nombre escrita por el cubanoamericano Oscar Hijuelos y que narra las aventuras y desventuras de dos músicos, cubanos por demás, que se establecen en el Nueva York de los cincuenta, época de oro del mambo y de las grandes bandas de jazz integradas y dirigidas por músicos latinos entre los que sobresale el cubano Mario Bauza y el neoyorican Tito Puentes, llamado “el Rey del timbal”.
Entre ambas películas se ubica el documental testimonial “Yo soy, del son a la salsa”, producido por Ralph Mercado, el más importante promotor de música salsa de los años noventa, propietario en los setenta del club Cheeta y quien por demás fuera el manager durante años de Héctor Lavoe; y que se viene a convertir en un valioso testimonio de una historia musical de encuentros y desencuentros dentro de la ciudad de Nueva York, especialmente en el “barrio”, que es como llaman los inmigrantes del Caribe. y de América Latina en general, a esa parte del Bronx y del East Harlem, donde se han establecido por más de cien años.
Entonces, llegada la hora de comenzar a contar la historia de la música latina en los Estados Unidos, nada mejor que echar mano a una figura controversial, amada por los seguidores de este tipo de música; una revisión de la lista señalo a Héctor Lavoe como el indicado, aunque bien pudo ser Tito Puentes, Celia Cruz, Frank “Machito” Grillo, Mario Bauzá, o Tito Rodríguez, o el imprescindible Ismael Rivera o simplemente Maelo y en última instancia Loui Ramírez, quien falleciera en los años noventa.
Héctor Lavoe reunía en su personalidad humana y musical, mucho más que los anteriores, las contradicciones necesarias para atrapar al público, pero además invocar su nombre representaba revivir los años dorados de la música más hermosa y más reconocida internacionalmente, creada por una comunidad de inmigrantes dentro de aquel país y en aquella ciudad específicamente.

La salsa, el cine y una historia por contar. Las leyendas (II parte)

Nuestra cosa latina, con ese nombre Jerry Massuchi produjo lo que sería la primera aproximación cinematográfica al fenómeno de la música Salsa a fines de los años setenta.
El filme esta basado en los grandes conciertos ofrecidos por la compañía discográfica Fania, propiedad de Massuchi y cuyo socio musical era el flautista dominicano Jhony Pacheco; en el club Cheeta de Nueva York durante el verano de 1971 y en el que las estrellas principales serían, además de la Orquesta Estrellas de Fania, la banda de Willie Colón de la que era cantante Héctor Lavoe; el timbalero Tito Puentes y los cubanos Celia Cruz y la Sonora Matancera.
Para este momento ya se comenzaba a formar la leyenda de Colón y Lavoe, quienes tenían orígenes diferentes pero como elemento común el hecho de representar a una nueva generación de músicos y bailadores; generación marcada por la crudeza de la realidad circundante y que de alguna manera había incidido en eso que se llama “el barrio”.
Si Willie Colón era el músico y el compositor que lograba resumir “el barrio”, Héctor Lavoe lo interpretaba, lo dramatizaba y lo difundía por el mundo. Sin embargo cierta vez llegó la hora de romper tan creativa y exitosa fórmula todo a causa de la personalidad del cantante, cuya vida desordenada contrastaba con el orden que se imponía Colón en la medida que se adentraba en la fama.
Willie Colón se alía a Rubén Blades, quien pasó del departamento de correspondencia de la Fania a componer unas canciones distintas, verdaderas crónicas de la vida latina; a diferencia de Lavoe, cuya voz era puro arrabal; la voz de Rubén Blades era “light”, si se quiere buscar una manera de definirla pero embrujaba, tal parecía que el panameño hijo de un detective de policía y una cantante cubana de boleros era una versión moderna del gran Tito Rodríguez, uno de los ídolos de la comunidad latina durante los cincuenta. Si Willie y Héctor habían revolucionado el barrio y la música latina al contar la vida sin ambages, la de los latinoamericanos en la babel de hierro o la gran manzana; Rubén vino a darle el toque intelectual y dar un punto de giro creativo que hasta hoy perdura.
Uno de los primeros temas compuestos por Rubén Blades y que graba junto a Willie Colón y su orquesta fue Cipriano Armenteros, que a pesar de lo largo del texto resultó todo un éxito entre los bailadores, pero lo mejor estaba por venir.
A fines de 1977 cuando Blades y Colón comienzan a grabar los temas del disco Siembra, Héctor Lavoe estaba cuesta abajo en su carrera musical, las drogas y su paso por la cárcel amenazaban con destruir su carrera; algo parecido a lo que acababa de vivir José “Cheo” Feliciano, que abandonaba para esa fecha las galeras de “Las tumbas”, --el más famoso y temido penal de Puerto Rico que Bobby Capó e Ismael Rivera inmortalizaran en la canción “Las tumbas”--; Rubén compone para Héctor Lavoe el tema que definirá toda su carrera anterior y posterior: El cantante; un homenaje al hombre que le inspiró terminar sus estudios de derecho y correr el riesgo de hacer carrera musical en Nueva York.
Siembra, se convirtió en el disco más vendido de todos los tiempos de la música latina y su tema Pedro Navaja, vivió la mayor de todas las experiencias que se pudieran imaginar, al extremo de que en cierta universidad latinoamericana se organizó un encuentro académico para analizar su impacto en la sociedad continental de los setenta; pero el cine para la música Salsa no pasaba del filme Nuestra Cosa latina y un documental sobre la muerte de los venezolanos integrantes del grupo Madera, que perecieron casi todos en un accidente fluvial y que no trascendió más allá de la televisión venezolana.
El comienzo de la blademania en la Salsa opacó en alguna medida la figura de Héctor Lavoe, que fue quedando como un icono hasta que graba Juanito Alimaña; parecía que todo comenzaría nuevamente.
A fines de 1979 la cadena de televisión norteamericana organiza lo que será la primera gran aventura musical dirigida hacía Cuba posterior a 1959 y para este fin convoca a grandes figuras del jazz, del pop y de la música Salsa y Cuba, la isla proscrita y maldita volvía a ser el centro de la música para una parte de los norteamericanos. Dizzie Gillespie, Stan Guez, Billy Joel, Weather Report y las Estrellas de Fania desembarcan en La Habana para generar el documental y las serie de discos referidas a estos conciertos nombrada USA Cuba live in Havana.
Sin embargo, a niveles de producción y fuerza fílmica la televisora norteamericana dio protagonismo y relevancia a la presencia de los músicos norteamericanos, incluidos Larry Harlow y Barri Rogers que eran parte de la nómina de la Fania, mientras que el resto de los participantes latinos, incluidos Héctor Lavoe y Rubén Blades que tenían una notable influencia en el público del continente que seguía la música Salsa, quedaban relegados a simples y discretos participantes.
Los productores cinematográficos restaron relevancia fílmica a las Estrellas de Fania y es que aún el gran público norteamericano no estaba listo para una música que no pasaba de reflejar un mundo que en nada le era cercano.
Lo latino, musicalmente hablando, para el cine norteamericano no pasaría de ser una cosa exótica hasta los años noventa y ese papel correspondería a la literatura como la chispa motriz y Oscar Hijuelos sería el gran gurú de ese despertar y redescubrir del mundo de la música latina.

La salsa, el cine y una historia por contar. Claqueta (III parte)

A niveles cinematográfico el filme basado en la novela del cubanoaméricano Oscar Hijuelos “Los reyes del mambo cantan canciones de amor”; ha sido la realización más exitosa referida a la música cubana y latina en general de las realizadas hasta el presente; y es que el gancho de idealizar la época de las grandes bandas latinas en la ciudad de Nueva York de la post guerra y los años cincuenta de alguna manera esta relacionada con una nostalgia que se ha alimentado durante años a partir del mito que genero el establecimiento en los Estados Unidos de muchos músicos cubanos después de 1959.
La novela de Hijuelos, y el filme posterior, explotan hasta la saciedad el fenómeno del mambo, de los salones de bailes en que cada domingo los amantes de Tito Rodríguez, de Santos Colón y de Frank “Machito” Grillo con sus Afrocubanos, derrochaban energías y revivían la pasión por el terruño dejado atrás y por las aguas y playas paradisíacas del Caribe, las mismas playas que Hollywood idealizaba.
En 1997 se estrena en los cines de La Habana y Nueva York el filme del realizador cubano Rigoberto López, con guión del escritor Leonardo Padura: “Yo soy del son a la salsa”, documental producido por Ralph Mercado y que es el primer acercamiento serio y desprejuiciado al fenómeno de la música Salsa y a todo el ambiente latino en la ciudad de Nueva York posterior a los años cincuenta.
A diferencia de “Los Reyes del mambo…”, “Yo soy…” se basa en el testimonio directo de los principales actores e involucrados en el surgimiento y desarrollo del fenómeno Salsa, pero profundiza en sus orígenes históricos al tomar como punto de partida la música cubana, el son en lo fundamental y contar toda una larga zaga de interinfluencias entre Cuba y el resto de las naciones del mediterráneo caribeño con el jazz; una relación larga, fructífera, pero no exenta de grandes incomprensiones y preñada de detractores; que ya roza la centuria. Entonces desfilan por la pantalla todas las generaciones posibles de músicos que de alguna manera participaron en estos hechos y los posteriores. Por vez primera, más allá de lo contado por el venezolano César Miguel Rondón en su “Libro de la Salsa, crónica musical del Caribe urbano”, se hace un abordaje sociológico e histórico lineal y matizado de cada uno de los acontecimientos que han determinado musicalmente el curso de la vida de unas diez generaciones de latinos lo mismo en los Estados Unidos, en Cuba o el resto del Caribe. Así las cosas hasta la llegada de “El cantante”.
Marc Anthony, o Marcos Antonio como lo llamaron sus padres en claro español, es el “hijo musical” del pianista de origen dominicano Sergio George; ambos son nacidos en “el barrio” que inmortalizaron Héctor Lavoe y Willie Colón; Jennifer López, también es “pichón” de latinos inmigrantes, del barrio; no importa si es del East Harlem, o del Bronx o de aquella zona en que italianos, negros, judíos y latinos convivían con los irlandeses y se conoce como la “Cocina del diablo”. Ellos son producto también de ese mestizaje que se ha generado en Nueva York y que va y regresa a cada tanto a las costas del Caribe.
Atenidos a los hechos tanto Marc Anthony como Jennifer López nacieron y crecieron entre dos culturas en pugnas: la norteamericana y la de sus respectivas familias de origen, que de alguna manera expresaba una resistencia; resistencia manifiesta en una música llamada Salsa. Sin embargo, ellos son norteamericanos y la cultura que predomina generalmente en su accionar musical es la sajona; pero como decían nuestros abuelos “el negro siempre sale” y esa manifestación del negro se manifiesta en el filme “El cantante”.
“EL cantante”, no es una gran filme, ni siquiera es un filme que la crítica va a amar o amará, no se caracteriza por actuaciones relevantes ni por destaques fotográficos; esta no es la película que llenará cientos de salas en todo el mundo. Eso si es “nuestra película”, la de los que atesoran en un rincón de su casa los discos de la Fania, los que de alguna manera se estremecen cuando suenan los cueros y se oye una diana y se repite un buen coro.
Esta es la película que de alguna manera unificará ha algunos millones de latinos en ciudades como Caracas, Medellín, Calí, Ponce, San Juan, Ciudad Panamá, La Habana y Santiago; que crecieron con aquella música arrabalera, irreverente y llena de giros humanos; es el filme de los marginales y desclasados que aman los tambores.
Marc Anthony y Jennifer López tras este filme volvieron a su mundo habitual. Ella a sus actuaciones, canciones ligeras y sus asuntos de moda; él a sus conciertos muy americanos, aunque siempre cante Preciosa y Sergio George ya no esté sentado en el piano marcándole la entrada. Ellos, los amantes y fanáticos de la Salsa le perdonan desde hoy cualquier desliz, a fin de cuentas a “la voz eh” aunque no tiene un monumento en su puertorro o en cualquier ciudad del Caribe se le escucha.
La Salsa ya no es la misma, aquellos años no existen , ni siquiera Rubén Blades o Willie Colón se han vuelto a unir para cantar Pedro Navaja, pero el Caribe y su música seguirán ahí, encallados en Nueva York iluminando marquesinas y esperando tiempos mejores en el cine, que pronto llegarán.


tomado de www.cubarte.cult.cu

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