Para el año 1989, el productor Frank Ferrer (el mismo que fue integrante del staff de productores del Album "Tributo a los Soneros", ya comentado en este blog), descubre a un cantante con un timbre similar a Hector Lavoe, llamado Van Lester. Lester para este momento había participado en diferentes orquestas tales como "Conjunto Kaney", "Orquesta Arallues", "Lester Orengo y su Orquesta", "Conjunto Erigua", "El Sonido de la Bestia", "La Corporación Latina", entre otros.
Ese año, fue importante para Van Lester ya que grabó dos CD titulados "Puerto Rico 2013" y "Banda´lla", de la mano de Ferrer y su Orquesta Puerto Rico 2013, donde tuvieron varios éxitos en la Isla del Encanto, entre los cuales estaban "Mi Mama No Quiere" y "Hermano Hector". Ésta ultima fue escrita por Tite Curet Alonso como un canto de esperanza por la recuperación de Hector Lavoe, para la fecha, ya enfermo. Conseguí esta grabación y la coloco a continuación para el disfrute de los fanaticos...
lunes, 24 de marzo de 2008
Otra de Van Lester en Homenaje a Hector...
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domingo, 23 de marzo de 2008
Willie y Ruben Tras La Tormenta 1995
En el año 1995, sale al mercado el álbum "Tras La Tormenta", realizado por los dos grandes maestros Willie Colón y Ruben Blades, luego de muchos años de no trabajar juntos. En el mismo se encuentra una canción llamada "Homenaje a Hector Lavoe", donde le rinden tributo al Cantante de los Cantantes, sin hacer alguna recopilación o mezcla, sino que refleja los sentimientos de Willie hacia su otrora líder vocalista de su orquesta durante muchos años y, sobretodo, éxitos. Les dejo a continuación, para su disfrute y opinión...
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sábado, 15 de marzo de 2008
Nuestro sonero Oscar...
Me llegó un correo con una grabación de un concierto de Oscar d´Leon, nuestro sonero del mundo, el cual inmediatamente pensé en colocarlo acá. Lo busqué en youtube.com, y aparece editado con una reseña que lo dice todo, firmada por Humberto Huerta (no lo conozco, pero le agradezco en nombre de toda la gente que podrá disfrutarlo)...
Oscar D´León y Franco "El Cieguito de Maracaibo"
Creo que esta demás comentar, la calidad humana de este señor que ha puesto en alto a Venezuela en muchos lugares del mundo...
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Homenaje de Checo Acosta a Hector...
A mediados o finales de los noventas, escuché en la radio a un cantante, no sabía en ese momento que es colombiano, que le grabó "un sencillo homenaje al Gran Hector Lavoe", tal como él mismo lo dice. Este cantante es Checo Acosta. Estuve averiguando quien es él y armé esta pequeña reseña, con lo que conseguí por la web:
Hijo de Alci Acosta, uno de los más conocidos intérpretes colombianos del bolero y pianista, Checo Acosta, ‘El príncipe del Carnaval de Barranquilla’, como fue bautizado hace unos años, cumple este año 20 años de aventura musical con su propia orquesta, lo que habla muy bien del talento de este soledeño que respira folclor colombiano por todos lados. Con el respaldo actual de Sony, le dan la bienvenida con la grabación del DVD de celebración de sus 20 años de carrera, que recoge la emoción de un concierto en vivo, grabado con invitados como Jorge Celedón, Alfredo Gutiérrez, Silvestre Dangond, Poncho Zuleta y su propio padre: Alci Acosta.
Su trayectoria discográfica da cuenta de 18 álbumes en los que ha explorado toda clase de ritmos, en especial los de la Costa Caribe colombiana. Ha pasado por todos los géneros que han estado de moda, desde la balada y salsa en sus comienzos hasta el 'che-raspa', más reconocido como tropical para cachacos. Checo Acosta es hoy uno de los exponentes más tradicionales del folclor nacional de Colombia.
Su propuesta musical tropical y folclórica lo ha llevado a solidificar su imagen a nivel nacional e internacional y uno de las más recientes alegrías fue la nominación el año pasado al Premio Grammy Latino en la categoría de Mejor Álbum Cumbia- Vallenato, por ‘Checazos de Carnaval 3’. Sus mosaicos de temas folclóricos son los que ha puesto a gozar a los seguidores de la verdadera música caribeña; seguidores que sienten orgullo al cantar junto con Checo, entre otros, ‘La estera’, ‘La pollera colorá’, ‘La puya loca’ o pasar a una salsa romántica como ‘Te quiero’ o un ‘Oye morenita’, uno de sus grandes clásicos tropicales o pasar a un sentido homenaje por los grandes éxitos de Héctor Lavoe.
De esto último, en su CD "Checo Acosta 15 Años de Exitos", una recopilación de lo mejor de su trayectoria musical para ese entonces, está el siguiente homenaje a Hector Lavoe, donde resume parte de los grandes éxitos del Cantante de los Cantantes.
Espero lo disfruten...
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viernes, 14 de marzo de 2008
Ecuador tiene a su doble de Hector Lavoe
Les dejo a continuación dos articulos que conseguí sobre un señor llamado Freddy Barberán, el cual lo denominan el "Hector Lavoe Ecuatoriano".
1.- Tomado de www.eluniverso.com, de Guayaquil, Ecuador:
Vivencias del doble nacional con el salsero boricua
Barberán recuerda a Lavoe
Agosto 15, 2007
Escenario. Aunque la cinta El Cantante no llega al país, el artista ecuatoriano dice haberla visto en DVD y no la critica porque es real.
“La verdad, aunque duela, es que a Héctor Lavoe lo mató la droga”, dice el artista ecuatoriano Freddy Barberán en alusión al filme El Cantante, que sobre la vida del salsero puertorriqueño produjeron y protagonizaron los compatriotas de este, los también intérpretes Marc Anthony y Jennifer López.
La producción ha recibido numerosas críticas en Puerto Rico y Estados Unidos, donde se estrenó los pasados 23 de julio y 3 de agosto, respectivamente. Salseros como Willie Colón, también de origen boricua, han señalado que en la cinta se habla solo del consumo de drogas de Lavoe, pero no se destaca su talento.
Barberán, a quien se lo conoce como el Héctor Lavoe ecuatoriano –por interpretar desde 1984 su música y tener cierto parecido con el fallecido salsero– expresa que en efecto al intérprete de Soy la voz la droga siempre lo sedujo.
“Cuando vino al país tuve el honor de ser contactado para unirme a sus músicos. Yo también era consumidor y llegué, por orden suya, a empeñar en Portoviejo sus alhajas para proveernos del producto”, revela el ecuatoriano.
Agrega que luego de tomar parte en la gira que Lavoe cumplió en Ecuador, en la década del ochenta, viajó a Estados Unidos y durante dos años se integró a la orquesta del boricua. Esa convivencia, indica, lo marcó porque conoció su música y vida.
A Lavoe lo señala como un artista fenomenal a quien el consumo lo perdió. “Igual estaba sucediendo conmigo”, refiere Barberán, quien recientemente fue dado de alta de un centro de rehabilitación para superar su adicción al alcohol.
“Cambié las drogas por la bebida y me devastó. Dejé de cantar y perdí la oportunidad de crecer en la carrera musical”, sostiene. En el 2000, Barberán protagonizó el espectáculo musical El vuelo de Lavoe, el cual estuvo en escena bajo la dirección artística de Lucho Mueckay y el elenco de la compañía Sarao. “Se basa en la historia de Lavoe y existe la posibilidad de remontarlo. Es un proyecto con el que yo volvería a los escenarios”, enfatiza.
Añade que en Perú hay otro artista que interpreta los temas de Lavoe y con él mantendría un mano a mano musical, en Guayaquil, Machala y Callao.
Ha escrito, además, una historia sobre Héctor Lavoe, la cual propondrá a los canales nacionales, para producirla como serie. Barberán asegura que en su libreto constan sus vivencias con el salsero boricua.
Otra de sus metas es editar el disco salsero Distinto y diferente, que sería su primera producción, pues aunque lleva más de 30 años en la música siempre grabó para grupos.
2.- Tomado de www.soho.com.co
Yo{también} soy El Cantante
Hace décadas, el mito de que Héctor Lavoe empeñó sus joyas en una borrasca en los 70 es parte de Portoviejo. Cuando Juan Fernando Andrade fue en busca de las joyas (y del mito), se encontró con el Lavoe ecuatoriano y con una historia que bordea los límites de la razón. Descubra quién se cruzaría en el camino de El Cantante, y cómo cambió su destino.
Por: JUAN FERNANDO ANDRADE
Había estado bebiendo desde las diez de la mañana. Llevaba años en Hoboken, Nueva Jersey, donde nació Frank Sinatra. Mientras un mecánico salvadoreño cambiaba las bujías a su auto, él tomaba cervezas de litro. Para equilibrar, le entró al perico y al perico para atrás. Jaló, fumó y pasó al whisky para no quedarse tieso. El día se hizo tarde y el salvadoreño despachó el carro cuando él llevaba rato encendido. Manejando, pensó que lo mejor era comprar algo de comer y hacer una siesta antes de salir a trabajar. Llegó a su apartamento con un pollo entero guardado en una funda de plástico. El pollo estaba frío. Se había enfriado en el camino o se lo habían vendido frío y él no se había dado cuenta. Fue a la cocina, encendió el horno y puso el pollo dentro. Algo noqueado, caminó hasta su cuarto y se desmoronó sobre el colchón, a esperar. Despertó mojado. Un tipo que sostenía un hacha le hablaba en inglés, su cueva estaba inundada y ahumada. El pollo se fue de largo, sonó la alarma, llegaron los bomberos. Firmó unos papeles, escuchó recomendaciones baja la frente y decidió que ya no tenía hambre. Se metió a la ducha, se sacudió, se arregló y salió del lugar, las suelas de sus zapatos levantando gotas del suelo. Esa noche tocó las congas y cantó lo que siempre cantaba, las canciones del otro. Subió al escenario del Golden Palace, cerca de Queensborough Plaza, con el Combo Caliente de Isidro Infante. El público la gozó y volvieron a decirle lo mucho que se parecía a ese que nadie sabía dónde andaba y que siempre llegaba tarde. Entrada la madrugada, fue al bautizo del hijo de un primo. Se amaneció. Las diez de la mañana del día siguiente, domingo, lo sorprendieron manejando solo, bebiendo y jalando, de vuelta en Nueva Jersey. Aquí lo inevitable: se durmió al volante. Clavó el mentón en el pecho, centímetros más arriba del pico de la botella, que descansaba entre sus piernas. El estruendo metálico lo levantó, tenía un vidrio clavado en la frente y no sabía contra qué se había chocado. Días después, en la cama de un hospital, le contaron que tenía un alfiler de silicón uniéndole la cabeza y que se había estrellado en una escuela de judíos. Fue a la corte y tuvo que escoger entre la cárcel y la tierra de donde había llegado. Volvió a Guayaquil y en la aduana le preguntaron si era Héctor Lavoe. Freddy Barberán respondió que no, pero vio una oportunidad y la tomó. Las gafas y la chaqueta rosa se las había regalado el mismo Héctor Juan Pérez Martínez. El disfraz de Chaplin tuvo que comprarlo. Así engendró al Héctor Lavoe ecuatoriano. Era 1990.
El primer recuerdo que tiene Freddy Barberán es estar sentado en el patio terroso de su casa —un suburbio de Guayaquil, por la trece y Ayacucho—, en la segunda mitad de los cincuenta, haciendo un show. Terminado el almuerzo, hundía palitos de madera en el suelo y sobre ellos ponía las ollas de su madre. Golpeaba los peroles, cantaba cosas que no recuerda y los niños vecinos le hacían la ronda. Su segundo recuerdo es tocar las cacerolas dentro de casa para poder cobrar. Cree que cobraba un real por espectador cuando diez reales eran un sucre. Creció lavando carros, vendiendo caramelos, lustrando zapatos, robando limosnas de las iglesias y robando el dinero que su abuelo, peluquero de profesión, ganaba vendiendo brillantina líquida y sólida. Ante las reincidencias del angelito y habiendo suministrado mil palizas, el barbero optó por darle una fuente de ingresos dentro de su local. Colgó un cordel en un rincón de la peluquería y sobre él varias revistas que el nieto se encargaba de alquilar. El cuadro era tierno, pero la ternura no alcanzaba. Al poco tiempo, el querubín cambió las revistas que le había dado su abuelo por revistas pornográficas y subió el precio del alquiler.
A los quince probó marihuana. A sus vecinos no les gustaba fumar con él porque aguantaba más que el resto y, cuando los otros se dormían, les robaba la hierba y la poma de vino La Parra con que la acompañaban. A los dieciséis, en una clase de agropecuaria, un profesor le contó, en tono de broma, que el estiércol de vaca se podía fumar. Barberán dijo hable serio profesor y esa misma tarde hizo el experimento. Puso la freza en una olla de barro, le echó vino y aguardiente, la dejó tostar al sol unas horas y luego la enterró. Dice que el concentrado salía sancochado del suelo, fácil de enrollar. Se la mandó. Comprobó que podía volar y empezó a comercializar su creación entre sus compañeros del colegio Vicente Rocafuerte. Los cigarrillos FB se conocieron vulgarmente como cowboys y pegaron duro. El problema fue que la competencia surgió de inmediato, el monopolio se desvaneció en un parpadeo y Barberán tuvo que buscar otro empleo. Cumplió los diecisiete siendo corredor de películas. Su labor consistía en transportar, de un cine a otro, rollos de 35 mm. Los amarraba a la parrilla de una bicicleta que no era suya sino de su hermana. Montar una bici de niña no le molestaba demasiado, igual, iba quemando todo el camino. Y se quemó. Un día confundió los rollos, confundió los cines, confundió todo y lo despidieron. Cree que la película eran Los diez mandamientos y que dejó cinco por ahí y cinco por allá.
Cansado de oficios poco glamorosos y mal remunerados, Barberán penetró en la 18, la calle donde está la acción. Empezó desde abajo, siendo "aguatero de las putas". Jabón en mano, limpiaba las lavacaras donde las obreras de la noche enjuagaban la herramienta. No era el mejor trabajo del mundo ni mucho menos, era solo una etapa. En sus pausas, Barberán observaba a un conguero golpear el cuero mientras alguna mujer se desnudaba. Su favorita era Nancy, que tenía una cicatriz en la cara, del costado derecho, desde la oreja hasta la barbilla. Inspirado por esa belleza partida, Freddy se adentró en los caminos de las congas y, en breve, fue él quien marcó el compás con el que ella se quitaba la ropa. Un compás que extravió varias veces, por baboso. Al final, un final pasajero, Nancy, de treinta y cinco, se lo llevó a vivir a él, de diecisiete, y lo mantuvo. Fueron felices o lo creyeron. Ella cambió la 18 por La puerta de fierro, un cabaret en Portete y Guerrero Valenzuela. Él cayó preso en una redada. Tenía tanto material en sus bolsillos, que los policías lo catalogaron como expendedor. Dice que no vendía, que solo le gustaba almacenar, tener siempre "de a bastante". Tras las rejas, se unió a Fogata Combo, un grupo de salsa que había caído en pleno, hasta el utilero estaba preso por esconder marihuana en los estuches de los instrumentos. Los conciertos eran en la penitenciaría, para los presos y los vigilantes. Pasó de la celda al servicio militar, en la infantería de marina. Dice que es buzo, comando, paracaidista y que allí formaba parte de Los Bucaneros, uno orquesta de marinos que amenizaba bailes oficiales y civiles. Dice que la pasó bien y eso que faltaba lo mejor.
Héctor Lavoe llegó al aeropuerto internacional Simón Bolívar en 1984. Tenía contratos en varias salsotecas del puerto, un gran concierto en el coliseo Volter Paladines Polo y una corta gira por ciudades de la Costa. Barberán, que conocía al dueño del William's Exclusive Club, donde Lavoe tenía pactada una presentación, dice que estuvo ahí para recibirlo y que conectó con él de una. La noche destinada al coliseo, Lavoe estaba ebrio, pegado al techo, y se negaba a salir a escena. Según Barberán, entre fanáticos y empresarios tumbaron la puerta del camerino y lo empujaron hasta el escenario. Enfrente de miles de personas, con la orquesta tocando de fondo, El Cantante abrió la boca para insultar al público y adornar su berrinche con lo que los agentes del orden llaman gestos obscenos. La autoridad lo metió al bote en el acto. Lavoe estuvo en la cárcel una noche. Su orquesta, que no le vio futuro al asunto, se devolvió para Nueva York. Hubo que armar un ensamble salsero local para que El Cantante pudiera enmendar con los fanáticos ecuatorianos. Freddy Barberán estuvo en ese ensamble. Los músicos criollos ensayaban y ensayaban el repertorio de hits, mientras Lavoe hacía de las suyas. Barberán dice que la única vez que lo vio en un ensayo fue fugaz: llegó, escuchó los primeros minutos de Periódico de ayer, dio el visto bueno y se abrió. Dicen que cuando lo fueron a buscar para la primera función, Lavoe saltó del balcón de su cuarto en el hotel La Moneda, cayó en un toldo y luego corrió hasta, no se sabe cómo, llegar al Yatch Club. Allí se instaló en una mesa con la caspa de Atahualpa en una funda y continuó su peregrinación.
Barberán cierra los ojos, arruga la frente y dice: "Hicimos horrores y barbaridades", dice que gastaron varios días en el sur de Guayaquil, en Las Malvinas, fundiendo y cambiándose de casa cada vez que algún empresario quería hacer trabajar a Lavoe. A la gente, su gente, le encantaba albergarlo, oírlo hablar de Puerto Rico y brindarle golosinas agridulces. Pero el asunto es que Lavoe y Barberán tocaron juntos varias veces, una de ellas en Las Vegas, algo parecido a un recinto ferial que existió en Portoviejo y donde, dicen, Lavoe pronunció por primera vez una de sus recordadas máximas. Cantaba Juanito Alimaña cuando se acercó al público para aceptar un trago de Caña Manabita. Se inclinó, su cadena de oro quedó flotando y una mano quiso arrancarla. Lavoe reaccionó, se enderezó y sentenció un "¡¿A papá!" que es, hasta hoy, parte integral de ser portovejense. Esa noche Barberán tocó con él, dice que a Lavoe sí le robaron la cadena, pero varios de los que estuvieron en ese concierto lo niegan. En todo caso, Barberán también estuvo en el after party. Unos cuantos músicos acompañaron a Lavoe en un cuarto del hotel Cabrera, en el centro de la capital de los manabitas. Ahí, dice Freddy, le dieron al whisky y al polvo, la droga local, mientras dos fanáticas que los siguieron desde Las Vegas bailaban desnudas para ellos. Cuando se acabó el dinero, Lavoe se sacó uno de sus anillos y lo puso a disposición de los comensales. Barberán asegura que fue él quien llevó el aro hasta el barrio San Pablo y lo cambió por "una funda gigante de base de cocaína".
El San Pablo es un barrio legendario, regado en un cerro al norte de Portoviejo, cerca del mercado #2, del cementerio general y de un colegio jesuita llamado Cristo Rey. Si Ciudad de Dios hubiese sido hecha en Portoviejo, hubiese sido filmada en el San Pablo. Me gradué de bachiller en el Cristo Rey y puedo dar fe de que el San Pablo es uno de esos lugares a los que simplemente no vas: zona roja. Aunque muchos de sus moradores no tienen nada que ver con el crimen organizado, el San Pablo sigue siendo el distrito del terror. Es muy posible que Freddy Barberán haya llegado hasta allí con el anillo de Lavoe si lo que buscaba era cambiarlo por drogas. Para esas diligencias, el San Pablo es the place to be. Sin embargo, ninguno de los vecinos dispuestos a colaborar con esta crónica recuerda el hecho o quién pudo haber recibido el anillo como pago. Ahora bien, el rumor existe, sobre todo entre quienes no vivimos en el San Pablo. Es uno de los mitos con los que me crié. Tal vez el anillo está ahí y no me lo quisieron mostrar. Alguien me dijo que si el anillo aún existe no se lo van a enseñar a un periodista. Por lo pronto, es otra de esas historias que giran en torno a los días que pasó Héctor Lavoe en el Ecuador. Muchos la creen porque así Portoviejo es un mejor lugar para vivir, un lugar del que se puede hablar con orgullo. Freddy Barberán cree la historia del anillo y se cree el protagonista. La de Freddy también es una vida que parece inventada.
En la autobiografía oral de Freddy, él y Lavoe viajan de Guayaquil a Nueva York, en el mismo avión, el 30 de agosto de 1984. Aterrizan en el John F. Kennedy, el boricua le da su número telefónico y le pide que lo busque. Pasan unos meses y Freddy Barberán es miembro de la orquesta de Lavoe. La primera vez que se juntan, en EE.UU., lo hacen en un club llamado El Corso, Lavoe pregunta si hay ecuatorianos presentes, se levantan un par de manos y él dice: a pesar de que en la tierra de ustedes me tuvieron a pan y agua, yo no les guardo rencor, aquí hay alguien que va a sacar la cara por ustedes. Suena La fama, Lavoe le cede la voz principal a Barberán y aprovecha para meter la nariz en el camafeo que tiene por anillo. Barberán es un éxito. Los shows se repiten, siempre a punto de no suceder. Freddy es uno de los que tienen que ir rastreando a Lavoe. A veces lo encuentra doblado, tiene que arrastrarlo a la ducha y prepararle café. A veces lo encuentra puyándose en un baño, tratando de balancear la heroína, el coñac y la coca. A veces no lo encuentra, el show no puede continuar, no le pagan. Como precaución, Barberán consigue un trabajo a medio tiempo pintando oficinas. La otra mitad de su jornada la dedica a seguirle el ritmo a Lavoe. Dice que fueron a Montreal y, como Lavoe era un bulto en el avión, volvieron a confundirlos y el ecuatoriano gozó de todas las licencias de El Cantante. Tomó todo lo que quiso y hasta le permitieron entrar a la cabina a fumar un porrito. Dice que fueron a Cali y que, luego del concierto, los llevaron a un laboratorio y que Lavoe se puso como un niño en una juguetería. Dice que a la entrada de una disco se le acercó un policía, lo puso contra la pared, le dijo que tenía derecho a guardar silencio y a un abogado. Buscaban al otro. Lavoe se había metido con una menor de edad y el padre de la chica lo estaba cazando por todos los clubes de salsa. El asunto termina cuando llega la limosina de La Voz, los policías sueltan a Barberán y se llevan al verídico.
En septiembre del 86 muere Héctor Lavoe Jr., de diecisiete años, a quien su padre había anunciado como el futuro de la salsa. El Cantante se hunde y jamás vuelve a flotar. Barberán decide abandonarlo durante una jornada de heroína. Se da cuenta de que Lavoe se pincha con la aguja de cualquiera y concluye que eso es demasiado. Aun así, se pega el de despedida. La punta de la aguja se rompe en su brazo y le trepa por la sangre. Se pone morado, el cuerpo se quema por dentro y el corazón le aporrea el pecho a toda velocidad. Lo llevan a un hospital. Se salva. El médico le dice que abandone el licor y las drogas. Barberán no le hace caso, pero se hace caso a sí mismo y no vuelve a ver a Héctor Lavoe. Sigue en los excesos. Una noche despierta en medio de una lesbiana y un homosexual. Les propone matrimonio a los dos, pero ninguno acepta. Sigue cantando. Canta con Cheo Feliciano y Daniel Santos. Acepta un trabajo como coyotero para conseguir el dinero suficiente y armar su propia orquesta. La operación falla y él va preso por un año. Lavoe se desvanece. Barberán canta Lavoe, imita a Lavoe sobre y abajo del escenario. Un día empieza a beber a las diez de la mañana. Veinticuatro horas después estrella su auto en una escuela de judíos.
"Me cogieron Joe Mayorga y Los Hechiceros. Con el parecido a Lavoe, los contratos llovían. Hasta que entre el 95 y el 96 vinieron los DJ". De ahí en adelante, Barberán trabajó con pistas, en solitario. Cuando el dinero escaseaba, se prostituía con lo que él llama "maricones bien". Si no le hacían falta los hombres, se dedicaba a las mujeres. Como Lavoe, les pedía a sus acompañantes de turno que firmaran sus contratos por él. Como a Lavoe, los empresarios lo estafaban a menudo. No ganaba mucho, pero tomaba harto y no le faltaba compañía. Le gustaba andar siempre con dos. Con una se metía en la cama y a la otra la tenía de azafata, preparando los tragos, las líneas y, de vez en cuando, pidiendo un pollo frito a domicilio. Su último amor de cabaret se llamaba Lorena y trabajaba en La Isla del Tesoro, uno de los night clubs más populares de Guayaquil. Con ella lo perdió todo. Una noche fue a buscarla vestido de blanco, como Lavoe, se tambaleó entre las mesas, tumbó varios vasos, la gente le reclamó, pero él no hizo caso. Llegó al borde de la pista. Su chica estaba bailando, hilo dental y taco alto. La agarró del tobillo y se la quiso llevar. La gente gritaba "que se desnude Lavoe". Barberán no tuvo fuerzas para bajar a Lorena del tubo. Lo sacaron del local sin estropearlo y él se quedó afuera, bebiendo junto a la caseta del guardia de seguridad, esperando a que la chica terminara su acto y complaciera a un cliente que le había puesto el ojo antes de que Barberán apareciera. Esa noche, como solía hacerlo, se fue con ella a su departamento de La Garzota. Hicieron el amor, tomaron y jalaron hasta el amanecer. Barberán despertó seco y se levantó agitado. A medio camino entre el cuarto y la cocina se desplomó. Sobredosis. La chica se fue, como el borracho de Pedro Navaja, esquivando el cuerpo. Horas más tarde tocaron la puerta. Era el casero, a quien Barberán le debía dinero de la renta. El señor olvidó la deuda por un momento y llamó a una ambulancia. Pasada la crisis, Freddy Barberán resolvió internarse en una clínica de rehabilitación.
Lleva más de un año sobrio. Se lo ve ansioso, siempre tomando algo: jugo, cola, agua; chupando caramelos y fumando cigarrillos. Esta precirrótico, a lo que se refiere como "la antesala de la muerte". Habla de sus fondos en libertad, como parte de la terapia para no recaer. Dice que de lo que más se arrepiente es de haber golpeado a una de sus novias cuando estaba embarazada. Había estado fumando pistolas todo el día y le pidió a la mujer que le trajera un par de cervezas, ella se demoró y él la golpeó tan fuerte que interrumpió el embarazo. Tiene dos hijas, ambas mayores de edad, no las ve nunca o casi nunca, pero ahora que las dos son madres, la una quiere saber de la otra. Barberán sigue cantando las canciones del otro. En noviembre de 2000, escribió, dirigió y protagonizó la obra teatral El vuelo de Lavoe. Planea estrenar una versión extendida, corregida y mejorada en julio de este año, para las fiestas de Guayaquil. Otro de sus shows teatreros, cena incluida, se llama Máscaras: la tragicómica vida del cantante de los cantantes. La última puesta en escena de Máscaras fue el pasado diciembre. Freddy Barberán está vivo, feliz de estar vivo y trabajando con disciplina. Los fines de semana se lo puede encontrar en el club Cabo Rojeño o en la salsoteca Carlos Alberto y, guaridas de los salseros de cepa en el puerto. Antes de salir a escena, el Lavoe ecuatoriano mira al cielo y dice "perdóname, Señor, por ir a la tentación, pero este es mi trabajo". Dice que cuando canta El Cantante le dan ganas de llorar, pero no lo hace, o por lo menos no frente al público. Lavoe no volverá. Barberán todavía no se ha ido y está en paz, siente que lo peor ya pasó.
Bueno, no he conseguido algún vídeo de este señor, pero parece que le sale competencia a Pacho Hurtado, Raul Carbonell, Marc Anthony, Domingo Quiñones, Ralphy Santana...
"Algunos cantan con falda...
yo canto con pantalones..."
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jueves, 13 de marzo de 2008
Agradecimiento de Hector Lavoe a su publico y orquesta en su ultimo concierto, marzo 1993
Buscando información en internet, conseguí parte de la grabación en audio del último concierto de Hector Lavoe en Marzo de 1993, en el Club Las Vegas, Manhattan, New York. Como les comenté en otra oportunidad, tengo gran parte de este concierto pero en casette, ya que lo grabé de un programa de radio a mediados de los noventa. Apenas pueda, lo digitalizaré para compartirlo con ustedes.
Esta parte de la grabación la consegui en la página seseribo.net y allí también está en forma escrita todo el agradecimiento que hace Hector tanto a su público como a su "BENDITA ORQUESTA", tal como ya llamó, al referirse a ella. Les copio tal cual, lo que aparece en la página mencionada a continuación junto con el audio:
"El ultimo concierto Histórico de Héctor Lavoe en 1993
Ultima presentación Histórica y último concierto de HECTOR LAVOE, club Las Vegas, en Manhattan, Marzo 1993
aquella noche histórica de Marzo 93 él diría lo siguiente:
¨... tengo algo en los labios dormidos
de la caída que me di como un idiota;
pero ellos están aquí para decirme:
Héctor, somos tus amigos, te queremos
con o sin mueca... OK.
Aquí no hay interés de dinero ni de nada
Esto es cariño y afecto
Se le paga bien por que se lo merece
Los quiero muchísimo
un aplauso para mi bendita orquesta vaya..."
"Están todos bien queridos
aunque sea esta mi primera y última vez.
Si me muero mañana, eso es nada, nadie llore,
porque yo he sido bastante bandido:
He gozado del vicio
yo no me quejo por nada.
He tenido mujeres... ¡ay! que ese es una maravilla.
Maridos no he tenido ni uno (risas de la gente). Gracias a dios nunca me partí
Yo soy el Cantante... de Ustedes..., de mi gente
y gente pobre, con dinero, como sea los quiero,
los recuerdo siempre y aunque no este
recuerden que siempre estará alguien diciendo:
Héctor Lavoe fue uno de los mejores.
Que Dios me bendiga y lo bendiga toditos ustedes...
Yo los, los adoro a todos
porque ustedes saben que ustedes son mi gente son ustedes
Yo les dije: todo, todo tiene su final;
pero pa' mi no ha llegado todavía. "
pero tres meses después nos dejaría para partir a un mundo mejor..
¡¡¡Arriba Héctor Lavoe¡¡¡
Gracias a un amigo coleccionista, puedo compartir estas palabras de Héctor con ustedes…
Fuente: Jibarito / May-2003"
Les comento que cuando dice "gracias a Dios nunca me parti" , le agrega "como ésta que está hablando ", haciendo alusión al animador del evento, que durante todo el concierto realizaba constantemente comentarios respecto a lo histórico del mismo, encima de las interpretaciones, sin importarle si era el mambo de la canción o hasta en el propio coro de algunas. Acá, no se escucha la parte final de lo escrito...
Publicado por oiganmigente en 22:20 5 comentarios Etiquetas: Hector Lavoe, ultimo concierto
Ahora tenemos musica para compartir...
Bueno amigos, poco a poco estaremos agregando la mejor música del Cantante de los Cantantes, para que la puedan escuchar todos aquellos fanáticos que nos visiten. Accede al Box al principio del blog y selecciona tu canción preferida, entrevistas, audios de comentarios, etc. Si quieres colaborar y compartir en la variedad del mismo, envialo al correo oiganmigente_blog@hotmail.com y con gusto lo iremos agregando a la caja musical.
Gracias de antemano...
Es chevere ser grande, pero mas grande es ser chevere!!!!
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sábado, 1 de marzo de 2008
Johnny Pacheco habla de Celia Cruz
Les dejo a continuación, una entrevista realizada a Johnny Pacheco, tomada prestada de un correo que me llegó...
Johnny Pacheco: "Celia era la orquesta"
Un año después de la partida de La Guarachera de Cuba, el músico dominicano recuerda a "la negra de los cien mil voltios de potencia"
Armando Lopez, New Jersey
Ahora que Celia le pone ¡azúcar! al cielo, Johnny Pacheco, dominicano de nacimiento y cubano de ritmo, nos habla de su hija, la salsa, y de su hermana musical, su inseparable negra de voz y corazón de oro.
Johnny es la historia viva. Su primer álbum, Pacheco y su Charanga Vol. 1, fue el más vendido de 1960, y se volvió un clásico. Cuando introdujo el ritmo pachanga, fue el delirio. Se convirtió en una estrella internacional, con presentaciones en Estados Unidos, Europa, Asia y toda Latinoamérica. Pacheco y su Charanga fue la primera banda latina que encabezó la cartelera del Teatro Apollo, del barrio neoyorquino de Harlem, el templo del jazz (1962).
Pacheco nació en zurrón. Cuando ya los violines le quedaban cobarditos, y su Charanga comenzaba a apagarse, lo llamaron para trabajar con metales en la Feria Mundial de 1964, y ahí mismo cambió de palo pa' rumba: ¡Nació Pacheco y su tumbao! Para que no fuera una copia de la Matancera, le agregó un bongó y un tres, al estilo de Arsenio Rodríguez. Ya contaba con el sonido y la fuerza necesaria para grabar a Celia.
Sólo faltaba la Fania, el mágico encuentro de Pacheco con el abogado Jerry Masuci, que lanzaría al mundo el nombre de "salsa", y llenaría el vacío que dejaba la música cubana, aislada en su revolución. La primera grabación de la Fania (1964) fue el disco 3-25. Pero el dominicano radicado en el Bronx no olvidaba su sueño: grabar a Celia.
¿Qué recuerda de su primer encuentro con Celia?
Cuando vi a Celia por primera vez, en 1960, ya yo tenía Pacheco y su Charanga. Fui a verla con la Sonora Matancera, al Teatro San Juan, de la calle 175 y Broadway.
Cuando la negra eléctrica salió al escenario con su voz que excedía las trompetas, me pellizcaba, no podía creerlo.
Yo era fanático de La Guarachera de Cuba, desde que era muy joven, mejor dicho, desde que éramos… Mi mamá escuchaba a través de la Radio Progreso habanera, las novelas y después la orquesta de Arcaño y sus Maravillas. Crecí con una transfusión de música cubana. Ver a Celia en escena, era lo máximo. Cuando gritó ¡Azúcar!, comenzó mi sueño: ¡grabarla con mi orquesta! Pero con mi charanga sabía que no lo iba a lograr. La voz potente de Celia necesitaba metales, así que puse a dormir el sueño.
La noche que volví a verla con la Matancera — en el teatro de la calle 14, The Academy — y cantó Caramelo, me dejó con la boca abierta. La Sonora tocó a un ritmo vertiginoso, y Celia cantó a una velocidad espantosa, sin comerse una sola fruta del texto de la guaracha, y cada fruta con una gracia, con una expresión distinta. Eso me convenció aún más: ¡tenía que grabar a esa mujer insólita! Ya aparecerían los metales.
¿No le pareció raro 3-25,el nombre de su primera grabación con la Fania?
Fue un regalito que me hice, el día de mi cumpleaños, el 25 de marzo. Pero pronto sentamos cabeza. Todo el dinero que entraba lo invertíamos para firmar músicos y cantantes.
¿Por qué bautizaste "salsa" a la música que tocabas?
El público se confundía con tantos nombres: que si el son, la guaracha, el guaguancó, y me dije: 'voy a poner todos los ritmos bajo un mismo techo', y así nació la salsa. Pero nunca he negado que hacíamos música cubana. Eso sí, le dimos otro color, porque en la Fania había puertorriqueñ os, dominicanos, cubanos, judíos y hasta descendientes de irlandeses.
Vivíamos en Nueva York, teníamos influencia del rock, del jazz, y cada uno venía con una forma de tocar distinta. En la música cubana tradicional, el ritmo quedaba atrás, y en la salsa lo llevamos delante, con el bajo en primer plano. No tengo que decirte que armamos tremendo revuelo. Firmamos a Rubén Blades, Ismael Miranda, Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Pete El Conde Rodríguez, Justo Betancourt. Sólo faltaba Celia.
¿Te fue difícil contratarla?
Cuando Masuci la llamó a la oficina que teníamos en la calle 57 con la Séptima Avenida, y la negra (elegantísima) llegó y dijo: 'qué bonito lugar', ya estaba resuelta a firmar contrato, porque Celia no tenía pelos en la lengua.
De inmediato comencé a buscarle nuevos temas, y a escribirle orquestaciones bien naturales, porque en sus grabaciones con Tito Puente no la sentía la Celia de la Sonora. La sentía cohibida, aplastada por tantos instrumentos. Ella era una cantante natural, podía cantar con una lata y un palo. Sonaban un ritmo con una botella y una cuchara, y Celia cantaba. No hacía falta más. Ella era la orquesta.
¿Cuál es el origen del mítico tema Químbara?
Estaba yo en Puerto Rico, cuando se me acerca un muchachito y me dice: 'Pacheco, yo tengo unos temitas que quiero que oigas', y le digo: 'bueno espérame aquí, tomate un café que tengo una reunión'. Pero me entretuve allá adentro. Cuando salí, ni me acordé del muchacho. Ya me iba, cuando me cayó atrás, gritando: '¿Eh, tú no me vas a oír?', '¿Oír qué?', le respondí. '¿No me dijiste que te esperara?'.
Y yo, con ganas de quitármelo de arriba, le lancé a modo de excusa: '¿tienes la partitura, o la grabación?'. Y me contestó: 'no señor, la tengo aquí', y apuntó para su garganta, y ahí mismo me cantó: "Químbara, quimbara, quimbaquín bambá…". ¡Me noqueó! Y le dije: 'ven pa' arriba, jovencito, déjame oír eso bien'. Se llamaba Junior Cepeda.
Le grabé como diez temas. Fue tanto el éxito de sus salsas, que se mudó para Nueva York, pero se empató con una mujer mayor, que celosa le pegó tres balazos. Lo mató cuando acababa de cumplir 22 años. La infeliz asesinó a uno de los mejores autores de salsa de todos los tiempos. Celia grabó Químbara, lo demás es historia.
Lo de Celia era mucha potencia…
Grabar con Celia fue un encanto. Decía que sí a todo. Quizá era demasiado buena. Abusaban de ella. En la televisión la tenían horas y horas sentada esperando su turno. Y se encogía de hombros, y exclamaba: 'bueno, si el horario es así'. Yo le protestaba: 'que te graben los tres temas que vas a cantar y después que editen'. Pero ella meneaba la cabeza: 'no, Pacheco, déjalos, que pierden su rutina'.
Celia era así, humilde de nacimiento… y desenfadada. Se dormía dondequiera. La envidiaba. Estábamos esperando para salir a escena, y ella me decía: 'déjame tirar una pestañita ahí, unos 20 minutos'. A veces íbamos a cenar y yo le hablaba: '¿te acuerdas del tema cual o más cual?', y de momento ella roncando, gggrrrrrrr, y yo hablando solo. Pero eso sí, la veías media dormilona, pero cuando salía al escenario era como si Pedro la enchufara. Lo que salía a la pista era una negra con cien mil voltios de potencia.
¿Cuál fue el momento más especial de aquella etapa?
Viajamos mucho, a España, a Suramérica. Pero el viaje inolvidable fue al África. En el avión fletado iban americanos famosos como James Brown y Lloyd Price, una retahíla de estrellas. Pero ninguno con el sabor caribeño. A las cinco de la mañana yo saqué la flauta, Pupy Lagarreta el violín, y Celia se alborotó. Bailó y cantó marcando la clave con dos chancletas de palo.
Los americanos no entendían nada. '¡Ustedes no duermen!'. Cuando aterrizamos en Zaire nos esperaban 10.000 negros dando gritos, y salió James Brown saludando: 'my people, my people', y de momento le pasaron por encima, ovacionando: '¡Pacheco, Pacheco!'.
Celia se dobló de la risa. James Brown, asombrado, preguntó: '¿y quién es el Pacheco ese?'. Y Celia le respondió: 'ese jabao que está ahí, y nosotros estamos aquí por él'.
Lo que no sabía Brown era que yo ya había ido nueve veces al África, conocía que adoraban la música cubana, y que su himno era La Guantanamera. Así que le pedí a Celia que la cantara. Cuando Celia, con su voz telúrica, comenzó a cantar el tema que popularizó Joseíto Fernández, 110.000 personas la corearon. Fue el momento más emocionante de mi vida. La música cubana volvía a sus raíces.
¿Qué relación profesional existió entre Pacheco, Celia y Marlon Brando?
El actor de Un tranvía llamado deseo era joven y apuesto, sonaba una tumbadora increíble. Nos subíamos a tocar a la azotea de la calle 45 y la Décima Avenida, en un barrio malísimo que le decían la Cocina del Diablo. Marlon era enfermo a la música cubana. Bailaba como un "salao", formando lío con su pelo, y hasta se defendía en español.
Una tarde me dijo en cubinglesh: 'Checo (nunca me dijo Pacheco), hoy sí Celia me va a oír tocar las congas'. Pero tuvo que escaparse, porque una turba quería su autógrafo. Dos años después, en Hollywood, al fin se encontraría con Celia. Marlon le preparó un concierto de tumbadora a la negra. Estaba excitado, como un niño, pero cuando comenzó a tocar, Celia comenzó a roncar. El actor más famoso del cine casi lloraba: 'soy un tumbador frustrado'.
Y es que Celia tenía sueño viejo, llegaba a la casa para tirarse en la cama. Yo oigo decir de las virtudes cocineras de Celia, y yo no sé cuándo tocó las ollas, porque en ese tiempo que vivía en Queen, comíamos de corre corre, en restaurantes, y haciendo chistes.
Para cada cosa, Celia tenía una respuesta comiquísima. En la escena, cuando inspiraba, le daba la espalda al público, y nos hacía muecas a los músicos, nos moríamos de la risa. Una noche, en México, en una de esas, se le cayeron las pestañas, y le quedaron colgando como una cortina, y músicos y público desgañitados de risa.
¿Por qué Celia nunca tuvo orquesta?
Adonde quiera que iba conocían su música. En Venezuela, Cuco y su Sonora; en México, la Sonora Dinamita, y, en Estados Unidos, su hermano Pacheco, porque aun después que terminó la Fania, seguimos trabajando juntos. Celia sabía que no era fácil controlar una orquesta. Los músicos son como niños. Nunca saben ni adónde van, ni a qué hora es el concierto, hay que llevarlos de la mano. Uno tiene que ser padre, madre y confesor de cada músico de su orquesta.
Supe de orquestas desde que nací. Mi padre era el mejor clarinete de la República Dominicana, dirigía la orquesta Santa Cecilia, pero también era sastre, y cosía a mucha velocidad. Llevaba el ritmo con la puntada, y silbaba la melodía. Cuando llegaba a la solapa del saco, retardaba la puntada, y yo le preguntaba: '¿qué ritmo estás cosiendo, papá?'. Y él me respondía: 'un bolero'. Mi padre me enseñó a enfrentar la música. Con quince años armé un trío: piano, bajo y yo en la batería. Tocábamos en el Chateau Madrid, de la calle 58, en Manhattan. A los veinte, formé Pacheco y su Charanga, luego la Fania… ¡Ha llovido tanto!
¿Por qué Nueva York? ¿Por qué la unión con los cubanos?
A los once años vine para Nueva York. Me mudé para Jackson Ave, en el Bronx, un barrio candela, pero lleno de música. Por allí vivían Charlie y Eddie Palmieri, Vicentico y Miguelito Valdés, Tito Rodríguez, Rey Santos.
El Bronx, el Barrio (West Harlem) y el Alto Manhattan, eran en los sesenta el centro de la música tropical y del jazz. Había cientos de clubes con música en vivo. Semanalmente nos juntábamos para las descargas de jazz, y a comerle a Patato Valdés su receta secreta: ¡rabo encendido! Tan sabroso lo cocinaba el tumbador cubano que el público se le colaba en la cocina. Pues un día, en pleno show, gritó: 'no cocino más', y hasta ahí llegó el rabo.
Fue una linda juventud. No había celos, ni estrellatos entre nosotros. Cuando comenzamos a viajar, nos encontrábamos cada miércoles en El Asia, el restaurante de chinos cubanos que habían huido del comunismo. Almorzábamos criollo, nos echábamos un tabaco y nos contábamos las giras, los éxitos y los amoríos. Yo siempre me reuní con músicos cubanos. Y hasta me casé con Cuqui, una cubana que adoro, que conocí en la Fania, con la que llevo ya veinte años, y que hoy es mi representante. Hay quien dice que soy un cubano que nació en República Dominicana y creció en Nueva York.
¿Cuál es el músico cubano que más influyó en ti?
Son tantos: Mario Bauzá, Machito, Pérez Prado, Arcaño. Pero fue el viejo Fajardo quien me ayudó con la flauta de cinco llaves. No había método para aprender el instrumento, y Fajardo lo inventó. Fajardo y sus Estrellas inspiraron a todas las charangas de Nueva York, que había muchas.
Constantemente llegaban muchos músicos exiliados de Cuba. Yo les daba trabajo en mi orquesta. En mi Charanga tuve a Daniel González, Julián Cabreras, Rudy Calzado. Y cuando empecé con el tumbao, tuve a Cachao en el bajo, y en las trompetas, al Negro Vivaes y Chocolate Armenteros. Los músicos cubanos sonaban con ese ritmo "sangandongo" , inimitable. Ahí tienes a Celia, ¡quieres algo más grande que eso!
¿Disfrutas ser la leyenda de la salsa?
Cuando me dieron un doctorado en mi pueblo, Santiago de los Caballeros, y leyeron mi trayectoria, que si toqué con Stan Kenton, Quincy Jones, Pérez Prado, Stevie Wonder… que si me había llevado tantos discos de oro, que si estoy en el Hall de la Fama, etcétera, etcétera, pensé: '¡carajo, yo soy un fenómeno!'. Pero cuando todos te dicen: 'cuídate Pacheco, que Tito Puente se fue y Celia anda por allá arriba, poniendo a bailar a los ángeles', me pego a la tierra y sé que sólo soy un dominicano con suerte.
Además, eso de leyenda me suena a mezcla de famoso y momia. Ahora resulta que me quieren celebrar mis 50 años en la música con los cantantes originales de la Fania, pero hay muchos de ellos que ya cantaron el manisero. Y en Colombia están anunciando mi último concierto: ¿será que piensan pegarme dos balazos?
Encuentro, 23 agosto, 2004
Publicado por oiganmigente en 14:54 0 comentarios Etiquetas: celia cruz, fania, johnny pacheco, Salsa